Por Manuel Arboccóde Los Heros
En los últimos 30 años han aparecido investigaciones muy serias que demuestran que los aspectos psicológicos como la esperanza, el optimismo, el bienestar, repercuten directamente en los estados de salud.
Se ha encontrado que la mortalidad debido al cáncer es muchísimo mayor (y hasta más rápida) en los desesperanzados. La esperanza tiene una acción notable sobre el sistema endocrinológico y el sistema inmunológico, se ven mayores embarazos logrados en mujeres esperanzadas y menores puntajes de morbilidad neonatal y maternal. La desesperanza, muy asociada a la depresión, está ligada con mayores problemas durante el parto y con el bebé.
También se ha descubierto que el estado de ánimo y la confianza en la intervención están asociados directamente con el nivel de riesgo en cirugías. Salvo que sea una emergencia, en otros lugares los médicos se toman un tiempo en generar un clima emocional más estable en el paciente, hasta se ha podido observar que el proceso posoperatorio es mucho mejor dependiendo del estado psicológico del paciente. Cierto es que algunos estilos de personalidad y formas de afrontar los eventos estresantes son mucho más óptimos que otros.
La risa produce efectos analgésicos e inductores del sueño. De hecho, producimos endorfinas cuando estamos alegres, damos y recibimos afecto, practicamos deporte, tenemos relaciones sexuales satisfactorias o cuando disfrutamos mucho algo.
Estas sustancias –las endorfinas– descubiertas en los años setenta, actúan sobre receptores específicos situados en el cerebro y en la médula espinal, inhibiendo la sensación de dolor, fortaleciendo el sistema inmune y produciendo sensaciones de placer.
Científicos como Francis Brennan y Carl Charnetski descubrieron en 2000 que altos puntajes de pesimismo y desesperanza afectan negativamente la función inmune al disminuir la inmunoglobulina A, uno de los principales anticuerpos del cuerpo, dejándonos así más vulnerables a las infecciones.
Aquellos casos de “curaciones milagrosas”, en que el tumor desaparece, pueden estar asociados, según investigaciones, a la aceptación de la enfermedad y a la determinación de no rendirse y luchar contra ella, a los deseos de seguir con la vida y sus proyectos, y al desarrollo de pensamientos de confianza en la sanación y la esperanza de recuperarse del paciente.
Hoy se está reconociendo poco a poco que los estados psicológicos individuales, así como el soporte social y afectivo, son capaces de enfermarnos o de curarnos.
Se ha encontrado que la mortalidad debido al cáncer es muchísimo mayor (y hasta más rápida) en los desesperanzados. La esperanza tiene una acción notable sobre el sistema endocrinológico y el sistema inmunológico, se ven mayores embarazos logrados en mujeres esperanzadas y menores puntajes de morbilidad neonatal y maternal. La desesperanza, muy asociada a la depresión, está ligada con mayores problemas durante el parto y con el bebé.
También se ha descubierto que el estado de ánimo y la confianza en la intervención están asociados directamente con el nivel de riesgo en cirugías. Salvo que sea una emergencia, en otros lugares los médicos se toman un tiempo en generar un clima emocional más estable en el paciente, hasta se ha podido observar que el proceso posoperatorio es mucho mejor dependiendo del estado psicológico del paciente. Cierto es que algunos estilos de personalidad y formas de afrontar los eventos estresantes son mucho más óptimos que otros.
La risa produce efectos analgésicos e inductores del sueño. De hecho, producimos endorfinas cuando estamos alegres, damos y recibimos afecto, practicamos deporte, tenemos relaciones sexuales satisfactorias o cuando disfrutamos mucho algo.
Estas sustancias –las endorfinas– descubiertas en los años setenta, actúan sobre receptores específicos situados en el cerebro y en la médula espinal, inhibiendo la sensación de dolor, fortaleciendo el sistema inmune y produciendo sensaciones de placer.
Científicos como Francis Brennan y Carl Charnetski descubrieron en 2000 que altos puntajes de pesimismo y desesperanza afectan negativamente la función inmune al disminuir la inmunoglobulina A, uno de los principales anticuerpos del cuerpo, dejándonos así más vulnerables a las infecciones.
Aquellos casos de “curaciones milagrosas”, en que el tumor desaparece, pueden estar asociados, según investigaciones, a la aceptación de la enfermedad y a la determinación de no rendirse y luchar contra ella, a los deseos de seguir con la vida y sus proyectos, y al desarrollo de pensamientos de confianza en la sanación y la esperanza de recuperarse del paciente.
Hoy se está reconociendo poco a poco que los estados psicológicos individuales, así como el soporte social y afectivo, son capaces de enfermarnos o de curarnos.
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