Por Liz Martínez Vivero
Aracataca hubiera caído en el olvido de no ser por aquel salvador 6 de marzo de 1927 que terminó haciéndole el favor al pequeño municipio colombiano de la costa norte del departamento de Magdalena.
A Gabriel García Márquez, nacido aquel día, no podría decir que lo conocí por casualidad. Lo conocí, ustedes que leen saben, de las formas inexplicables en que se puede llegar a una relación filial con alguien que nunca viste, al menos no personalmente.
Yo tenía por lo menos 14 años… Gabriel 76. Por supuesto, “nos encontramos” imaginación mediante a través de uno de sus textos. El libro estaba allí sin suplicar que nadie lo abriera pero con una portada, que aún gastada, no daba oportunidades de dejarlo pasar. Recuerdo a un pequeño Cupido, escondido de nadie y apuntando a un objetivo que no se visualizaba en la parte derecha de la carátula.
“El amor en los tiempos del cólera” y, en consecuencia, la espera de Florentino Ariza prolongada a lo largo de más de medio siglo para materializar su amor por Fermina Daza; las desventuras de Ariza, los síntomas del amor tan parecidos a los del cólera fueron, entre otros, los elementos que vinieron a dar al traste con mi inquebrantable resolución de nombrar al Gabo como mi escritor favorito.
Luego también supe del férreo luto de Amaranta Buendía, la mano certera de Úrsula Iguarán para dirigir una casa, las mariposas amarillas que perseguían a Mauricio Babilonia y, entre otras la levitación del padre Ángel ocasionada por beber chocolate caliente… la soledad de los Buendía terminó por convencerme: “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen segundas oportunidades en la historia.”
Con cierto atraso le descubrí periodista y amigo de Cuba. Padre fundador de la Escuela del Nuevo Cine Latinoamericano y también de la Agencia Prensa Latina… sus conceptos sobre la vida develaron ante mí a un romántico incorregible, a un filósofo de la vida.
En 2014 partió, lejos de las miserias humanas… a donde van las almas consagradas a mil años sin soledad porque por siempre, permanecerán.
A Gabriel García Márquez, nacido aquel día, no podría decir que lo conocí por casualidad. Lo conocí, ustedes que leen saben, de las formas inexplicables en que se puede llegar a una relación filial con alguien que nunca viste, al menos no personalmente.
Yo tenía por lo menos 14 años… Gabriel 76. Por supuesto, “nos encontramos” imaginación mediante a través de uno de sus textos. El libro estaba allí sin suplicar que nadie lo abriera pero con una portada, que aún gastada, no daba oportunidades de dejarlo pasar. Recuerdo a un pequeño Cupido, escondido de nadie y apuntando a un objetivo que no se visualizaba en la parte derecha de la carátula.
“El amor en los tiempos del cólera” y, en consecuencia, la espera de Florentino Ariza prolongada a lo largo de más de medio siglo para materializar su amor por Fermina Daza; las desventuras de Ariza, los síntomas del amor tan parecidos a los del cólera fueron, entre otros, los elementos que vinieron a dar al traste con mi inquebrantable resolución de nombrar al Gabo como mi escritor favorito.
Luego también supe del férreo luto de Amaranta Buendía, la mano certera de Úrsula Iguarán para dirigir una casa, las mariposas amarillas que perseguían a Mauricio Babilonia y, entre otras la levitación del padre Ángel ocasionada por beber chocolate caliente… la soledad de los Buendía terminó por convencerme: “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen segundas oportunidades en la historia.”
Con cierto atraso le descubrí periodista y amigo de Cuba. Padre fundador de la Escuela del Nuevo Cine Latinoamericano y también de la Agencia Prensa Latina… sus conceptos sobre la vida develaron ante mí a un romántico incorregible, a un filósofo de la vida.
En 2014 partió, lejos de las miserias humanas… a donde van las almas consagradas a mil años sin soledad porque por siempre, permanecerán.
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