Por Severiano Gil
Resulta estimulante comprobar lo concienciados que están los peruanos con la protección de los recursos naturales, la energía sostenible y los planes a corto y medio plazo para implementar todo lo que sean avances en ese sentido. No hay publicación que, cada día, no haga referencia a opiniones o noticias sobre algún aspecto relacionado con las nuevas tecnologías a aplicar para hacer del Perú un país moderno y con una clara visión de hacia dónde debe caminar en el futuro.
Pero, luego, uno aterriza, pone los pies en el suelo, y se da cuenta de que algo extraño pasa con sólo darse un paseo por cualquier calle principal de Lima.
Es evidente que existen dos clases de limeños, y yo diría que hasta dos Peruanos distintos, ése al que antes nos referíamos, comprometido con el progreso que pasa por estudiar y aplicar soluciones a los problemas más graves, y otro, pertinazmente empeñado en mantener a ultranza los viejos usos que están convirtiendo a Lima en un mal lugar para vivir.
Y, la verdad, no encuentro la explicación para que coexistan dos puntos de vista tan dispares sobre el simple hecho de existir y hacerlo del modo más agradable posible, más amable con todos.
No se entiende que, cada vez que el accidente terrible de una Combi salta a las páginas de uno de los periódicos locales, figure invariablemente el dato de que el conductor carecía de brevete, o le había sido retirado por conducir ebrio; que el vehículo acumulaba decenas de miles de soles en papeletas jamás cobradas, y que el choque -y las víctimas producidas--se debió al correteo entre dos unidades rivales que pugnaban por acaparar el mayor número de pasajeros.
Y lo inconcebible es que, todos esos datos, provienen de la propia Administración, de esa misma Autoridad que debería hacer lo posible por impedir que sucedieran hechos como a los que ya estamos empezando a acostumbrarnos.
Recién leo, hace un par de días, que la Municipalidad de Lima va a estudiar la forma de cambiar la normativa o el reglamento de transporte para evitar sucesos de esta clase.
¡¿Ahora...?!
¿Me quieren decir que es normal que, después de años de mantenerse esta situación, a los responsables se les ocurre "estudiar cómo cambiar el reglamento"?
No sé quién fue el redactor de una Norma que permite que las empresas no sean responsables de sus unidades ni de los conductores que las manejan; tampoco conozco cómo o por qué se autorizó ese sistema que, en lugar de obligar a que los conductores sean contratados por la empresa, autoriza a que funcionen como elementos independientes y ajenos al menor control por parte de..., de nadie, bien es verdad.
¿Qué fin perseguía el autor o autores de dicho reglamento al fomentar la competición de automóviles repletos de personas, recorriendo a toda mecha las calles de la ciudad y poniendo en peligro a peatones y pasajeros?
Resulta difícil de imaginar qué tipo de inteligencia fue incapaz de prever el resultado de esa "mano blanda" en lo concerniente al tráfico rodado; pero se hace mucho más arduo entender cómo los responsables actuales permanecen de brazos cruzados sin hacer nada por remediar una situación de sobras conocida; bueno, sí que hacen, "van a reunirse para estudiar la forma de..."
¿Tan complicado es, por un lado, hacer cumplir las normas de tráfico, y, por otro, perseguir y barrer de las calles de Lima a esos miles de delincuentes potenciales amparados por un mal ejercicio de quienes tienen la obligación inexcusable de proteger la vida y el bienestar del ciudadano?
Cierto es que, una parte de esos mismos ciudadanos, estarán dispuestos a tolerar que la situación continúe tal cual; porque, para ellos, hacer un trayecto por el escaso monto de un sol, quizá le compense del riesgo de perder una pierna, quedar paralítico o, simplemente, morir en el viaje. Hay gente que prefiere eso antes de que, de imponerse un transporte público razonable y moderno, tenga que pagar el doble o algo más. Total, sólo por viajar seguro, quizá no les merece la pena.
Y es por eso que comenzaba esta columna hablando de esas dos clases de limeños, los que han incorporado a su existencia el sano ejercicio del esfuerzo hacia el progreso, exigiéndolo además a quienes gobiernan, y esos otros que, con tal de no pagar un sol de más, son capaces de subir en una de esas máquinas diabólicas, manejadas por un descerebrado capaz de todo por robarle un pasajero a la Combi de delante.
Mal lo tienen esos peruanos comprometidos con el bienestar y el desarrollo, porque, si aún están sin resolver asuntos tan simples como el que tratamos, cuánto van a tardar en abordarse empresas que exijan un compromiso mucho mayor y un derroche de imaginación e inteligencia.
El resto, ese tanto por ciento que nunca responde a las encuestas, contempla sin alterarse cómo una ciudad que, me cuentan, hace dos décadas era un lugar agradable en el que vivir, se convierte en un infierno que acabará por devorar a todos sus habitantes.
Señores responsables, es sencillo, hasta un chofer de Combi lo sabe: impidan el correteo, exijan a todos el cumplimiento de las normas y, por favor, dénse prisa en "estudiar" esa forma de regularizar el transporte público, antes que no quede un limeño vivo que se beneficie de sus acertadas y veloces medidas.