La TV basura ejerce un poder mayor que antes por el debilitamiento de la institución familiar y escolar. Mario Vargas Llosa nos lo recuerda cuando señala “la cultura se transmite a través de la familia y cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada, el resultado es el deterioro de la cultura”.
La televisión, y ahora internet, se apropia (o mejor dicho dejamos que se apropien) de nuestro tiempo. Pensemos en los más chicos. Ese joven luego se transforma en un adulto empobrecido, que no lee, que no sabe de cine, de teatro, de casi nada; que responde a estímulos casi exclusivamente audiovisuales encontrados en su intercambiable aparato tecnológico de bolsillo.
La TV basura parecer ser el medio de entretenimiento general para la juventud (y no solo la más pobre), en un proceso que refuerza el consumismo, lo superficial y lo chabacano. Las cadenas televisivas han ido produciendo ciudadanos que muy poco saben y que se interesan por banalidades, y no son muchos los jóvenes que se percatan de esto. Vemos cómo cientos darían la vida por ser parte de uno de estos realities de ahora.
Vemos así cómo los medios de (in)comunicación aportan a la construcción de ciertos modos de ser. Nos animamos a afirmar que así se van formando modelos superficiales, incultos y dependientes de las sensaciones, descuidando los estímulos ligados al pensamiento y la razón.
¿Qué nos ofrece esta TV actual? Historias cotidianas, las cuales son presentadas como tremendas historias de vida: mucha violencia, el desprecio por derechos fundamentales como el honor, la dignidad o la presunción de inocencia, la idea de que lo importante es ser famoso sea como sea, la glorificación del cuerpo en desmedro de lo intelectual y lo moral, la pérdida de la intimidad y su protección, así como olvidar el comportamiento cívico y amable para con el otro ser humano.
En La civilización del espectáculo, Vargas Llosa nos pregunta ¿qué es lo privado en nuestros días? Y luego opina: “Una de las involuntarias consecuencias de la revolución informática es haber volatilizado las fronteras que lo separaban de lo público y haber confundidos a ambos en un happening en el que todos somos a la vez espectadores y actores, en el que recíprocamente nos lucimos exhibiendo nuestra vida privada y nos divertimos observando la ajena en un strip tease generalizado en el que nada ha quedado ya a salvo de la morbosa curiosidad de un público depravado por la necedad”.
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