Por Eduardo González Viaña
Las izquierdas del Perú anuncian que se unen y que van a formar un frente. Esa es una tarea enorme. En las palabras de Alberto Flores Galindo, significa ir contra la corriente para recuperar la utopía.
Además, es una noticia histórica. Lo es porque desde hace varias décadas los electores han sido obligados a ir a las urnas para elegir a uno entre varios individuos que por lo general representaban lo mismo.
Algunos, como individuos, prometieron un gran cambio porque así lo demandaron los electores, pero al llegar a Palacio y encontrar un nuevo patronazgo, fueron ellos los que cambiaron.
Al contrario de eso, la izquierda no es un individuo; es una idea pronta a convertirse en un programa y, por lo tanto, con esta insurgencia política, el elector podrá dejar a un lado los rostros y carnavales de la farsa electoral y decidirse o no por un proyecto futuro de felicidad colectiva.
Más todavía, lo que el elector ha escuchado todo el tiempo de parte de los candidatos son supuestos planes inmediatistas. En cambio, la izquierda piensa menos en las próximas elecciones, y más en las próximas generaciones.
Para los comprometidos en el frente, la tarea es amplia: no se trata sólo de organizar una operación electoral. Al contrario, el verdadero reto es avanzar en la construcción de un nuevo modelo de sociedad y en la elaboración de un programa que recoja el dictado de los movimientos sociales.
Y para todo ello es preciso recordar que la realidad está por encima del dogma y que los movimientos sociales en el Perú se han convertido en un verdadero aluvión que excede a los políticos, y que puede marchar sin ellos. O sobre ellos.
Todo está por hacer en un país cuyos administradores se empeñan en usufructuar antes que en gobernar. El Perú vive un cuarto de siglo despojado de la Constitución y maniatado por el acta de sumisión de una dictadura. Habrá que restituir la primera ley de la República para desde allí comenzar a caminar. Habrá que eliminar las normas que atentan contra los derechos laborales y reducen los salarios.
Habrá que lograr que nuestros recursos naturales constituyan un resorte para superar el subdesarrollo en vez de ser la maldición que significa el sometimiento económico y político a las corporaciones extranjeras así como el envenenamiento de la naturaleza y el desigual conflicto entre los operadores externos y las comunidades con la participación del Estado en forma represiva y sangrienta.
Contra la corrupción, ese enemigo que amenaza nuestro propio destino, la izquierda puede exhibir cartas de limpieza y adhesión a los principios morales.
Y eso se debe a que no hay nadie que se afilie a una organización socialista por afán de lucro. Cometería un error de proporciones porque la misma es sobre todo una vanguardia de hombres y mujeres que todo lo han dejado, la seguridad económica y hasta la libertad, para entrar en historia como hacedores de justicia.
La única vez el Perú ha tenido un gobierno progresista ha sido la época del gobierno revolucionario de la fuerza armada. De todo, se le ha acusado, pero ninguno sus detractores, ha podido decir que fueran ladrones los generales que hicieron la reforma agraria y echaron del Perú a la Internacional Petroleum Company.
Si para el país esta es una oportunidad, para la izquierda es una obligación constituir un frente y participar. Alberto Flores Galindo decía que: “El desafío creativo es enorme. ¿Podremos? Es un desafío, además, donde están en juego nuestras vidas y la edificación del país. ¿Una sucursal norteamericana? ¿Un país andino? ¿Qué hacer con el Perú? ¿Será posible el socialismo?”
Eran las palabras del sabio que incitaba al heroísmo. Era la historia que, por sus labios, nos decía qué debemos hacer para hacer historia.
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