sábado, 26 de diciembre de 2009

Llegó la Navidad, en recuerdo de Juan Bullita, poeta de la bondad y el encentro…

Por: Isabel Barrantes Zurita
isarrobles@yahoo.es

Llegó la navidad, esa fiesta del juguete y del regalo, según la modernidad. Queriendo comprar un tantito de dicha para desnublar las sombras y encender las luces distintas de los seres del mundo. Para unas, bellas luces de sabores, casas iluminadas, con bullas de colores Verdi -rojas, para otros qué importa, un día más de trabajo duro, vender algo y enviar a los hijos por un juguetito que les arme los sueños una semana entera. Para los de más allá o de más acá, una punzada en el parco corazón tirado en la vereda, sumido, en el alcohol o en la pena, que igualmente marea y que punza como una aguja cercenando ilusiones y sueños. La navidad, ese cúmulo de emociones positivas para los que saben sonreír, ser optimistas, asertivos, tolerantes. Para los otros, una jauría de sensaciones negativas que dejan vacía el alma y desinflamado el pecho. ¡Globo a punto de sucumbir y reventar en la nada!. Entonces mientras las luces brillan para los niños y las familias felices o que tratan de serlo, a los otros, sólo nos queda un montón de huesos roídos de absurda noche. Hielo que cae intempestivo. El alma un trozo de hielo.
Felizmente, la vida en su mayoría está hecha de luz que dura 12 horas y otras doce de esperanzas, de metas, de sueños hasta locos. La vida es la ternura de la existencia, los tristes somos los menos. Los psicólogos, recomiendan no juntarse con nosotros, ensombrecemos la vida. Pero existimos. Cierto, tenemos la sensibilidad hecha trizas, somos cobardes, escondemos la cabeza como el avestruz. Pero somos y no somos pocos. A pesar de saber el valor de la risa y la alegría, nuestra sonrisa es del color de la noche, del páramo, que enfría, que enloquece, que atormenta.
Desde mi tristeza quiero saludar a la alegría, la hermana gemela en el existir. Pedirle que se instale en los rincones ocultos, en los bares y plazas, en las ignotas regiones de la costa, sierra y selva; que de a luz hijos vastos positivos. Que se encienda en brillos y canciones, en los lugares más oscuros de la tierra, para bailar un villancico de risa armoniosa, en el corazón de los que no sabemos encender luces, sólo sombras. Que la alegría sea una serpentina eterna a pesar de los quebrantos y las dudas. Luz que se encienden en los barrios, en los campos alejados, en las brumas, en el duro invierno de nieve eterna.
Que sea la alegría el trofeo de la vida, del incienso, del misterio, del amor y así tal vez las tristes vidas de los tristes se pinten del verdi -rojo de la navidad, de la navidad que alcance para todos.
Los tristes también queremos un abrazo sin recelos y sin miedos.

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