Por Javier Alejandro Ramos
El 20 de mayo de 1506, Cristóbal Colón, el descubridor de las Américas, emprendió su viaje postrero a la eternidad, en la ciudad española de Valladolid. El famoso navegante había nacido en Génova en 1451; sin embargo, historiadores de distintas partes del mundo lo han hecho nacer en Cataluña, Galicia, Mallorca, Sevilla, Ibiza, el País Vasco, Portugal, Grecia, Córcega, y hasta Noruega y Croacia.
Colón fue un emprendedor, terco y constante, que batalló para ver hecho realidad su sueño de llegar a las Indias. Al descubrir, para la corona española, el continente americano, se convirtió en una leyenda para los navegantes futuros.
Poco importa que, basado en las cartas de mar de Toscanelli y los relatos de los viajes de Marco Polo, él creyera estar arribando a Cipango, hoy conocido como Japón. Había escrito su nombre en los libros de historia y sus herederos gozaron de fama y fortuna en virtud de esto.
Desde que posó su pie en la isla de Guanahani (hoy Las Bahamas) el 12 de octubre de 1492, Colón dejó de ser un aventurero al que los Reyes Católicos financiaron con algo de escepticismo, para ser almirante de la flota mercante real, virrey y gobernador del territorio descubierto, luego conquistado por soldados y prelados.
Gracias a las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, suscritas antes del histórico viaje entre Colón y representantes de la Corona, se le adjudicaron los títulos antes mencionados, y una serie de otras prebendas como el 10% de todo el producto que se obtuviera por la mercadería hallada dentro de los límites del almirantazgo, jurisdicción comercial y varias otras ganancias. Se le dieron barcos, hombres y provisiones suficientes, y se le bendijo, deseándole éxito en la expedición.
En su testamento, fechado el 19 de mayo de 1506, un día antes de su deceso, dejó sus bienes a su hijo Diego, reconociendo además a otro hijo, Francisco. Sus rentas anuales se calculan en unos 8,000 pesos de entonces (en moneda de la época, 4 millones de maravedíes).
Quizá la herencia más importante que legara fue que su nombre sirviera para identificar una nación en el territorio por él descubierto, Colombia, como a varias regiones norteamericanas y británicas llamadas en su honor Columbia, y numerosas ciudades en México, Argentina, Venezuela, Paraguay y otras naciones.
Tras su última travesía, esta vez al más allá, a Colón se le enterró primero en el convento de San Francisco de Valladolid. Luego sus restos fueron trasladados a la capilla de Santa Ana del Monasterio de la Cartuja en la ciudad de Sevilla. Posteriormente, fue llevado a Santo Domingo (República Dominicana), por deseo de su hijo Diego, donde estuvieron dos siglos, para mudarse luego a La Habana y, finalmente, a la Catedral de Sevilla, donde aún reposan.
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