Una reciente publicación de César Nureña, Iván Ramírez y Diego Salazar analiza la cultura política del estudiante actual de San Marcos.1 Este mismo tema ha sido estudiado para épocas anteriores, destacando el trabajo pionero de Nicolás Lynch, titulado Los jóvenes rojos de San Marcos. Lynch focalizó en la radicalidad de la juventud universitaria, analizando las tres décadas comprendidas entre 1960 y 1990. Comienza con el desplazamiento del APRA en los sesenta, se centra en el maoísmo universitario de los setenta y sus enfrentamientos con el gobierno de Velasco, dando paso al senderismo en los ochenta.
En ese momento, los tiempos cambiaron radicalmente.
El país se precipitó en un baño de sangre y San Marcos cayó presa de la vorágine. Muchas universidades fueron intervenidas, entre ellas la decana de América, se instalaron cuarteles en el campus y las tropas garantizaron el retorno a las aulas.
Luego surgió una generación relativamente indiferente ante la política, que se extendió durante los noventa, coincidiendo con el ciclo político de Alberto Fujimori; para dar paso a los actuales estudiantes, que se han formado en un contexto de democracia recuperada, aunque limitada por la debilidad del sistema.
A partir de ahí la presente publicación, que responde a las siguientes preguntas: ¿quiénes son y, con respecto a la política, cómo piensan los sanmarquinos de nuestros días?
Uno de los primeros estereotipos es el supuesto origen popular y nacional de los sanmarquinos. Por el contrario, la mayoría de los estudiantes actuales pertenecen al llamado nivel socioeconómico “B” y son nacidos en Lima. Es cierto que sus padres fueron migrantes provincianos y eran parte de los sectores populares. Pero los estudiantes actuales son fruto de una experiencia urbana y capitalina, acompañada en muchos casos por un indudable ascenso social.
La mayoría ha salido de la pobreza y sus ingresos los ubican en los diversos estratos de la muy heterogénea clase media limeña.
Por otro lado, San Marcos atrae jóvenes que viven cerca del campus, en su área de influencia. Mientras que, en época del estudio de Lynch, muchos estudiantes eran provincianos y San Marcos resumía al Perú entero.
Actualmente, Lima ha crecido hasta alcanzar una población cercana a diez millones de habitantes. Al carecer de transporte público masivo, se ha fragmentado en múltiples partes escasamente conectadas entre sí. Movilizarse es complicado y se invierte horas a velocidades increíblemente bajas. Por ello, la gente prefiere organizase cerca de sus lugares de residencia. Así, los sanmarquinos de hoy mayoritariamente viven en el Centro de Lima y en las Limas, Norte y Este.
Otro estereotipo del pasado es el radicalismo político. Por ejemplo, todos conocen al Movadef, pero es rechazado en forma casi unánime. La universidad actual no es caldo de cultivo para opciones violentistas ni el pensamiento Gonzalo goza de mayor aceptación.
Pero esta constatación no significa satisfacción con el sistema social imperante ni con la universidad concreta donde estudian.
Por el contrario, la mayoría de estudiantes tiene una postura crítica ante el país y una pobre opinión de sus autoridades académicas. Incluso, la inconformidad se acrecienta conforme transcurren los estudios.
En efecto, los cachimbos sanmarquinos poseen ilusiones.
Creen en la democracia entendida como tolerancia y aprecian la eficiencia para resolver problemas. Pero encuentran una institución que funciona mal y con escasa transparencia. Por ello, progresivamente se van desilusionando y acaban preocupados exclusivamente por su carrera personal; al final solo queda la ilusión del cartón. En el camino han perdido las esperanzas en la ciudadanía.
Así, San Marcos sigue siendo el Perú. Un país y su Universidad más famosa que son capaces de desmoralizar a cualquiera que piense más allá de sí mismo. Por ello, solo produce talentos individuales y no equipos de profesionales.
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