Es usual que en vísperas de realizarse las elecciones para elegir al próximo presidente de la república, se produzca la vorágine de encuestas, análisis, previsiones, anticipos de resultados, y hasta adivinanzas, acerca de quién resultará elegido de los diez y nueve candidatos que se han presentado.
Ese fenómeno es reiterado, de un lado y del otro: es decir, no debe llamar la atención la cantidad de candidatos ni tampoco el esfuerzo de interpretación de nuestros analistas. Hay bastante materia para seguir especulando hasta el próximo 10 de abril.
Lo que me está llamando la atención, a diferencia de ocasiones anteriores, es la virtual coincidencia acerca de que esta elección, conceptualmente hablando, representaría nuevamente el triunfo de la sociología a la política.
Me explico: se sostiene que la elección estará entre quienes le produzcan a la ciudadanía más empatía, una especie de meta o aspiración personal a lograrse. Así, se dice que aspirar a ser como Keiko Fujimori – primera en todas las encuestas de opinión hasta el momento – heredera de un gobierno que exhibe como activo haber estabilizado económicamente y pacificado el país (sin considerar los costos asumidos), o como César Acuña – el candidato que sorprendentemente va creciendo en las encuestas – un cholo que llegó a ser rico – dice que tiene plata como cancha, a costa de su esfuerzo y trabajo (hasta donde se conoce) – sería la disyuntiva que tendría el electorado para elegir al candidato de su preferencia.
Nicolás Lynch, en su reciente artículo de Otra Mirada del 14 de enero pasado, ¿Por qué suben y bajan los candidatos?, lo señala claramente y pide ayuda para equivocarse. Este artículo es para darle esa ayuda.
El Perú de hoy es sustancialmente distinto al de algunas décadas atrás. La elección del año ochenta (estamos hablando de treinta cinco años atrás), en la que Fernando Belaúnde ganó en primera vuelta, contra todo pronóstico, fue, principalmente, la del resarcimiento al golpe militar que lo defenestró de la presidencia. La juventud y novedad de Alan García en 1985 determinó su arrollador triunfo. Podría decirse, entonces, que en tales casos, a pesar del oficio profesional de los elegidos, la sociología se impuso a la política. Algo parecido puede señalarse de las otras elecciones: Fujimori fue elegido como un acto de protesta popular a la caótica situación del país. Se decía que era un salto al vacío. Alguien, con mucho ingenio y bastante coprolalia, dijo que el Perú se había tirado un pedo.
Hasta la elección de Toledo en el año 2001 podría ingresar en esa categoría: la del predominio de la sociología a la política.
Desde que la pobreza en el país comenzó a reducirse drásticamente y, como consecuencia, las clases medias empezaron a incrementarse, fenómenos ambos que se producen de manera acelerada y sostenida con el inicio del nuevo siglo, a pesar del franco desinterés que la política genera en la ciudadanía, lo cierto es que, ahora, cada quien tiene algo que defender: su trabajo, su pequeña empresa, su casa, la educación de sus hijos, cumplir aspiraciones personales. Y sabe, también, que en una elección presidencial eso está en juego, a pesar de su desprecio por la política y los políticos.
Hay pues, un nuevo rostro del Perú: más gente tiene más por defender y sabe – como anticipé- que su voto en una elección presidencial cuenta para eso, a diferencia de los procesos electorales anteriores, de décadas atrás, en los que la situación del país era tan penosa que la mayoría de quienes votaban lo hacía sin nada por defender: no perdían nada, pues nada tenían, haciendo de su voto una protesta. El caso de Fujimori es emblemático en ese sentido.
Considero que la elección de Alan García, ganándole a Ollanta Humala el año 2006, y la del propio Humala imponiéndose a Keijo Fujimori el año 2011, constituyen un anticipo del cambio de giro de la sociología a la política en las elecciones presidenciales, para utilizar los términos conceptuales de Nicolás Lynch en su análisis. Claro, estamos hablando de sociología y política con mayúsculas, como expresión de fenómenos sociales explicados dentro de categorías conceptualmente reconocidas.
En tal sentido, entonces, anticipar que esta elección será entre prototipos aspiracionales de la gente y juegos artificiales de la campaña –predominio de la sociología– antes que identificación de quién será el que mejor y más seguridad le presta a lo que cada uno ha logrado a costa de trabajo y esfuerzo –predominio de la política– estimo que es un error.
Evidentemente, como en todo proceso electoral, también habrá payasos y payasadas, bailes, música, pica pica, vedetes, nalgas exhibidas y hasta quienes hablen diciendo ¡carajo¡ pero, al final, la ciudadanía sabe que ahora tiene algo que defender. Y la política (el arte de ser gobierno y gobernar, para el pueblo, con el pueblo y por el pueblo), se impondrá a la sociología.
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