Por: Ramiro Escobar
El próximo 8 de agosto, el enfrentamiento entre Hamás y el ejército israelí, centrado en la Franja de Gaza, cumplirá un mes esparciendo sangre y dolor. Ya ni me atrevo a dar cifras, porque con el paso de los minutos explosivos las víctimas aumentan. Baste decir que llegar a los 30 días, con cerca de 300 niños muertos en el medio, es una inmoralidad atroz.
¿Hay por dónde frenar esta espiral que ya supera en crueldad a los dos anteriores estallidos en el mismo lugar (2008 y 2012)? De pronto, es tiempo de que se dé un giro ya no solo político, sino ético, de urgencia. Porque lo que se tiene, hasta ahora, es un escenario de visiones unidimensionales, chatas, donde el sufrimiento del otro no existe.
No es solo un asunto ciudadano, que se agita en las redes sociales. Desde el Estado de Israel, la reacción a nivel diplomático es asombrosa. Endilgar a quienes lo critican el rótulo de ‘voceros de Hamás’, como ha ocurrido en el Perú y en otros países, revela una estrategia dirigida a empobrecer el análisis, a no pensar ni mirar, algo que resulta fallido y falaz.
En la acera palestina oficial, representada por Mahmud Abbas, se observa una falta de reflejos políticos notable, quizás motivada por los estragos sufridos, pero peligrosa cuando se necesita cambiar el curso del doloroso trance. Ahora la iniciativa la tienen los milicianos fundamentalistas, que por supuesto no tienen ojos para todas las víctimas.
Esa ética tan penosamente instalada –dolerse solo por quienes están de mi lado– es el fermento de un bloqueo moral que incluso llega más allá. Estados Unidos, frente al horror, habla entrecortado, trata de no pisar callos israelíes; otros países también balbucean o callan, incluso los árabes. Es curioso, y meritorio, que América Latina sí se haya hecho sentir.
También es muy significativo que la ONU, a la que se le pide cosas que no puede hacer por lo limitado de sus mandatos, sí haya hablado más claro tras el tercer bombardeo de uno de sus refugios en Gaza. “Es un acto criminal y un ultraje moral”, ha dicho Ban Ki-moon, el secretario general, dejando su habitual cautela.
El tiempo del silencio ha concluido.
Ya no son tan pocas las voces en el propio Israel, y en el mundo judío, que están diciendo ‘basta’, ‘no en mi nombre’. Conscientes de que esto no tiene nombre. Deja sin palabras, indigna, ya se trate de un túnel siniestro o de bombas inmisericordes. Si la política no tiene ojos, y alma, para entenderlo, entonces que siga la barbarie y apaguemos la luz...
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