Por Eduardo González Viaña
Hace 50 años, en La Habana,
conocí a Juan Pablo Chang.
Estábamos en 1966 y muchos creían
que el sueño de construir una sociedad libre y justa no podía durar mucho
tiempo. Tarde o temprano, se decía, los cubanos caerían de rodillas ante la
potencia que los bloqueaba.
- No tienen carros, medicinas,
jabones, ni papel. ¿Usted cree que van a resistir así?-le preguntó a Juan Pablo
un periodista francés, y él respondió:
–Quien nada tiene, pero tiene
esperanzas, ya comenzó a tenerlo todo.
Y como el periodista insistiera,
Juan Pablo le dijo con una sonrisa:
-Pregúnteselo al Che.
Aludía a las mil y una
dificultades que la guerrilla había enfrentado para vencer al ejército de
Batista superarmado y con generales pagados directamente por la mafia
norteamericana.
JP había nacido en el Perú en
1930 y se había pasado la vida intentando ser un héroe. Nada más, al salir del
colegio, había sufrido dos años de cárcel en la isla carcelaria del Frontón.
Después, en el exilio, recorrió Bolivia, Argentina y México, y en todas partes
las dictaduras lo persiguieron. Estudió en las universidades de Buenos Aires,
París y México. Se quedó un buen tiempo en ese último país, y es allí donde
trabaría amistad con Ernesto Che Guevara.
En La Habana, cuando lo conocí,
Juan Pablo me habló del momento en que había perdido la oportunidad de ser un
héroe.
“Una vez en México, el Che fue a
buscarme y me contó que, junto con un grupo de jóvenes cubanos, pretendía
invadir la isla y rescatarla de la tiranía carnicera de Fulgencio Batista.
Entraremos- me dijo- y estableceremos un foco guerrillero en las montañas. Con
el tiempo, venceremos. ¿Quieres unirte a nosotros?
“Sí, respondí de inmediato, y le
pregunté dónde podía reunirme con el grupo. Me respondió que en un café de la
Zona Rosa. ¿En un café?- le pregunté pensando que había oído mal. Sí, en un
café. Y yo me quedé pensado. “Son unos revolucionarios de café”. Créeme,
Eduardo, por eso me perdí la oportunidad de ser un héroe.
No la perdería por mucho tiempo.
Al año siguiente de nuestro encuentro, nos volvimos a ver, pero esta vez en
Lima y le pregunté si todavía se sentía triste de no haber sido un mártir de la
revolución.
Juan Pablo sonrió al responderme:
-No existen el heroísmo ni la libertad ni la justicia, sino la lucha, y es ella
la que nos hace libres, justos y heroicos. Y si no lo crees, pregúntaselo al
Che.
Unos meses después, el mundo fue
conmovido por la noticia de que el Che Guevara, después de una derrota, había
sido asesinado por hombres del ejército boliviano. Sus compañeros corrieron
igual suerte, y entre ellos se encontraba Juan Pablo.
Cuando recuerdo esto, pienso en
la permanente invitación al heroísmo que siempre ha significado la vida y la
prédica de Ernesto Che Guevara.
“El eslabón más alto que puede
alcanzar la especie humana es ser revolucionario”: .proclamó más de una vez, y
cruzó mares y continentes haciendo que sus palabras fueran verdad y
significaran la libertad de los oprimidos.
- Frente a ese mensaje, ¿qué predica la civilización neoliberal de nuestro tiempo?... Una vida sin sueños ni metas colectivas, pero feliz para quien acate sus normas y venere el becerro de oro de la oferta y la demanda. Una colectividad sin problemas filosóficos. Un mundo en el que habrán sido borrados los poetas y los héroes y en el que el primero de los valores, en vez de la esperanza, sea el conformismo.
- Más perverso que antes, el Neoliberalismo se da el lujo de considerarse el único camino y de calificar de antisistema a quienes no comulgan con sus leyes. Se autocalifica de sistema democrático. Supuestamente es “el sistema democrático”, el único, pero fabrica leyes de excepción, como la de la Apología que puede servir para restringir la libertad de palabra bajo la posibilidad de una larga carcelería.
- E incluso pretende decirnos cómo debemos portarnos para ser admitidos en el orden político democrático y cómo debería ser la supuesta izquierda que ellos aceptarían y de qué tamaño debería ser nuestro cinismo y nuestra cobardía para ser considerados dentro de lo que ellos llaman una “izquierda moderna”.
Ante este reto que es duro y que
es el todos los días, hay que volver los ojos al hombre que intentaba construir
un mundo nuevo y que recomendaba "Todos los días la gente se arregla el
cabello, ¿por qué no el corazón?"
Y, por fin, como lo decía Juan
Pablo Chang y lo cantaba Atahualpa Yupanqui:
Alguna gente se muere/ para volver a nacer./ Y el que tenga alguna duda/ que se lo pregunte al Che/ Nada más.
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