Uno de los argumentos usados para la revocatoria es que se trataría de algo así como una respuesta al caos que la izquierda armó en Cajamarca con el proyecto Conga. Si allá pararon la ciudad y frustraron una inversión significativa, por qué no podría haber acá una coalición derechista para caotizar un poco Lima, demorar algunas inversiones y forzar un cambio de gobierno.
Este argumento presume por supuesto que lo que pasó en la sierra norte fue puras ganas de joder y de enfrentar a la autoridad, cuando lo que había detrás era una larga experiencia con una empresa poderosa que actuaba como dueña de la región y que, a pesar del inmenso dinero movilizado en veinte años, ha dejado a Cajamarca en uno de los últimos lugares en todos los rankings de pobreza que se hacen sobre el país.
El pueblo cajamarquino y muchas de sus autoridades se han rebelado contra el modelo de desarrollo que se limita a hacer inmensas concesiones territoriales y a generar derechos sobre el agua y el subsuelo a aquel que tiene dinero, mientras se relativizan los impactos ambientales y sociales.
El caos, si se puede usar esa palabra, nace de que los gobiernos actúan sabiendo el punto de vista de la gente y mucho más el de Humala que hizo compromisos innegables ante los pobladores, y por la represión con la que se ha querido enfrentarlos.
¿Qué hay en común entre esto y la revocatoria? Dicen que es porque algunos partidos de la izquierda están representados en el gobierno municipal de Lima y en la dirigencia de Cajamarca. Pero justamente eso ha sido la prueba palpable de que nadie busca per se el caos y la desinversión. En Cajamarca lo que hay es un conflicto de derechos. ¿En Lima hay algo de eso? Claramente no.
Que hay un descontento difuso contra el municipio y una distancia que no se puede negar entre la administración y parte de la zona popular de Lima, precisamente por un sesgo tecnocrático y poco espacio a la participación de las organizaciones, puede ser el hilo que explique porque se ha podido partir en dos a la ciudad y estimular resentimientos e impaciencias que no saben donde van. Es, si se quiere, el caos gratuito de los que quieren crear las condiciones para un giro político autoritario.
No es el tema de la razón de las luchas sociales, ni el del voto de protesta, tantas veces denostados por los liberales y conservadores como el de los “electarados”, sino el de culpabilizar a la izquierda, en realidad a una modalidad de ella, y a los principios que encarna (derechos humanos, no discriminación, no machismo, respeto entre todos, etc.) por las tremendas deficiencias que mantiene la metrópoli. Se quiere colgar a Susana porque se abrió la oportunidad. Y, como dicen, después ya se verá lo que vendrá.
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