Por: Fray Abel Pacheco Sánchez, OFM (*)
prensafranciscanaperu@gmail.com
El asesinato es decir, la muerte de una persona a manos de su prójimo, no es un caso nuevo en la historia. En el libro del Génesis (Gn 4, 8-12), se narra la historia del asesinato de Abel por obra de su propio hermano Caín, que ha sido interpretado por algunos como el “primer asesinato de la historia de la humanidad”.
Este caso nos revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica “el homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes”.
Justamente, el quinto mandamiento de la Ley de Dios es: “No matarás” (Ex 20, Dt. 5). En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda este precepto y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos “presentar la otra mejilla”.
a un punto que nos debe obligar a todos a tomar acciones preventivas.
A la luz del Catecismo, “el quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza del cielo.
En ese sentido, el infanticidio, el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.
EN EL PERÚ DE HOY
No obstante, el problema del asesinato persiste. Hoy en día, en el Perú y el mundo, vemos con asombro e indignación cómo se acrecienta la violencia en la sociedad y los homicidios de todo tipo, como si la vida humana no tuviera ningún valor. Las estadísticas son abrumadoras. En las últimas semanas, sólo por citar un período concreto, en Lima y las ciudades peruanas se han difundido noticias lamentables sobre asesinatos, perpretados con crueldad nunca antes vista, tanto en el seno del hogar (esposos, padres, hijos) como en las calles de distritos de toda condición económico-social. La situación ha llegado
En cuanto a la muerte ocasionada “en defensa propia”, la doctrina de la Iglesia Católica es clara: “La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o del bien común”.
SIN JUSTIFICACIÓN
Dentro de las modalidades de asesinatos que se cometen en nuestros días, algunos pretenden justificar –sin sustento alguno- el aborto, la eutanasia, el suicidio o los crímenes de lesa humanidad en las guerras.
Respecto del aborto, éste es considerado una forma de asesinato, pues desde su concepción, el niño tiene derecho a la vida. El aborto directo, es decir buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame, sancionado con pena canónica de excomunión. El embrión debe ser defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser humano.
Sobre la eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye un homicidio. Del mismo modo el suicidio es condenable, porque somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. Al respecto, los trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicidad. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.
También es importante señalar lo que la Iglesia piensa sobre la guerra, que es causa de muchas muertes. “A causa de los males y las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla (…) Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de las gentes y a sus principios universales son crímenes”. Del mismo modo, la carrera armamentista es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable.
Volviendo al caso peruano, las muertes en las carreteras, a consecuencia de accidentes de tránsito ocasionados por negligencia de choferes o peatones, también es una forma de homicidio condenable.
Como vemos, el mandamiento “No mataras” está más vigente que nunca. Y todos los miembros de la sociedad debemos difundir esta verdad y concienciar a las personas, desde la infancia inclusive, a respetar la vida humana.
Es imprescindible cultivar los valores éticos y cristianos en el seno de cada familia, instruyendo a todos sobre los diez mandamientos de la ley de Dios. El pecado original, que mora en todos los seres humanos, tiene un salvador: Cristo Jesús.
Por todo ello, solamente nos queda suscribir lo que dijo nuestro señor Jesucristo: “Bienaventurados los que construyen paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
(*) Director del Archivo Histórico de San Francisco de Lima y Asistente provincial de la Orden Franciscana Seglar de la Provincia Franciscana de los 12 Apóstoles del Perú.
prensafranciscanaperu@gmail.com
El asesinato es decir, la muerte de una persona a manos de su prójimo, no es un caso nuevo en la historia. En el libro del Génesis (Gn 4, 8-12), se narra la historia del asesinato de Abel por obra de su propio hermano Caín, que ha sido interpretado por algunos como el “primer asesinato de la historia de la humanidad”.
Este caso nos revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica “el homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes”.
Justamente, el quinto mandamiento de la Ley de Dios es: “No matarás” (Ex 20, Dt. 5). En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda este precepto y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos “presentar la otra mejilla”.
a un punto que nos debe obligar a todos a tomar acciones preventivas.
A la luz del Catecismo, “el quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza del cielo.
En ese sentido, el infanticidio, el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.
EN EL PERÚ DE HOY
No obstante, el problema del asesinato persiste. Hoy en día, en el Perú y el mundo, vemos con asombro e indignación cómo se acrecienta la violencia en la sociedad y los homicidios de todo tipo, como si la vida humana no tuviera ningún valor. Las estadísticas son abrumadoras. En las últimas semanas, sólo por citar un período concreto, en Lima y las ciudades peruanas se han difundido noticias lamentables sobre asesinatos, perpretados con crueldad nunca antes vista, tanto en el seno del hogar (esposos, padres, hijos) como en las calles de distritos de toda condición económico-social. La situación ha llegado
En cuanto a la muerte ocasionada “en defensa propia”, la doctrina de la Iglesia Católica es clara: “La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o del bien común”.
SIN JUSTIFICACIÓN
Dentro de las modalidades de asesinatos que se cometen en nuestros días, algunos pretenden justificar –sin sustento alguno- el aborto, la eutanasia, el suicidio o los crímenes de lesa humanidad en las guerras.
Respecto del aborto, éste es considerado una forma de asesinato, pues desde su concepción, el niño tiene derecho a la vida. El aborto directo, es decir buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame, sancionado con pena canónica de excomunión. El embrión debe ser defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser humano.
Sobre la eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye un homicidio. Del mismo modo el suicidio es condenable, porque somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. Al respecto, los trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicidad. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.
También es importante señalar lo que la Iglesia piensa sobre la guerra, que es causa de muchas muertes. “A causa de los males y las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla (…) Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de las gentes y a sus principios universales son crímenes”. Del mismo modo, la carrera armamentista es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable.
Volviendo al caso peruano, las muertes en las carreteras, a consecuencia de accidentes de tránsito ocasionados por negligencia de choferes o peatones, también es una forma de homicidio condenable.
Como vemos, el mandamiento “No mataras” está más vigente que nunca. Y todos los miembros de la sociedad debemos difundir esta verdad y concienciar a las personas, desde la infancia inclusive, a respetar la vida humana.
Es imprescindible cultivar los valores éticos y cristianos en el seno de cada familia, instruyendo a todos sobre los diez mandamientos de la ley de Dios. El pecado original, que mora en todos los seres humanos, tiene un salvador: Cristo Jesús.
Por todo ello, solamente nos queda suscribir lo que dijo nuestro señor Jesucristo: “Bienaventurados los que construyen paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
(*) Director del Archivo Histórico de San Francisco de Lima y Asistente provincial de la Orden Franciscana Seglar de la Provincia Franciscana de los 12 Apóstoles del Perú.
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