Por: Ubaldo Tejada Guerrero
“Perdieron las personas de izquierda que apostaron por el comandante Ollanta Humala, sabiendo muy bien que era un caudillo militar sin ninguna práctica ni convicción de izquierda. No fueron ingenuos ni inocentes; calcularon, estaban dispuestos a jugar una última carta en términos eminentemente personales porque hace muchísimo tiempo que no representan a movimiento social alguno”. (Rodrigo Montoya Rojas – Antropólogo)
Renovar el estilo de pensar y actuar en la izquierda peruana, es necesario, para ello no existen recetas, y tampoco tenemos (por suerte) quien se arrogue la verdad. Pero es urgente. Acaso ahora más urgente que nunca, por la ausencia de liderazgo creíbles para los jóvenes.
No se trata de reconstruir la vieja izquierda, sino de construir una nueva opción política en democracia, de un Perú que comenzó a cambiar desde los años de 1,950 con las migraciones.
Sólo hubo una excepción extraordinaria en el país: el Partido Socialista de José Carlos Mariátegui con su preciosa tesis “Ni calco ni copia, sino creación heroica”. Entre 1928 y 1930, el único modelo de izquierda a seguir en el mundo era el soviético. El amauta pensó la izquierda peruana a partir de nuestra realidad y no del ejemplo europeo a seguir.
Antes precisemos que la singularidad peruana tenía que ver con la población indígena, la tradición colectiva y comunitaria en la sociedad Inca -comunista primitiva, en términos de ese tiempo- y las comunidades de indígenas como embriones de lo que podría ser el socialismo peruano, que nutrieron con sus migraciones el desequilibrio ciudad y campo.
En nuestro Perú, todo comenzó hace poco más de treinta años atrás, cuando implosiona Izquierda Unida y de contar con el tercio del electorado en los años ochenta, pasa hoy a ser una minúscula coalición de partidos cuasi fantasmales el 2,012.
Claro, se dirá que en aquellos años vino también “la caída del muro” y la desintegración de la Unión Soviética. Pero, la verdad, esos argumentos son insuficientes para comprender la pobre representación electoral que tendrá en lo sucesivo la izquierda en el Perú. Las causas se encuentran más adentro que afuera y tiene una sola causa: el caudillismo burocrático, que ha terminado en jugosas cuotas en el Estado y en instituciones de la sociedad civil.
Esa vieja izquierda, es inmune a reflexionar y reconocer que el país cambió y que los errores, que cometieron en el pasado son del tamaño del cielo (quizás de la boca para fuera reconocen una “autocrítica”, pero por dentro están bien blindados, para no cambiar de actitud).
Nunca se unieron en un sólido partido orgánico, ni actualizaron su programa político e ideológico. Todos quisieron ser los conductores de la revolución, los Lenin peruanos, y terminaron siendo apenas “cabezas de ratón”, pero contentos con su cuota de poder
Pero, creo esa extinción es para bien. Una renovación de cuadros políticos de izquierda saldrá de esa muerte anunciada, es dejar la posibilidad a las nuevas generaciones.
Soñar con los cambios, es hacer un trabajo de base, ese trabajo es duro y lo tiene que hacer gente joven, con ideales, comprometida con la política. Así fue como la entonces izquierda renovadora de los sesenta y setenta (“los muchachitos del ayer”), se hizo un espacio en la política. Iban a las fábricas, a las comunidades campesinas, a las universidades.
Gracias a ese trabajo ganaron representación política en la Constituyente del 78 y en cuanta elección participaba la izquierda en los ochenta, consiguiendo unida nada menos que la alcaldía de Lima en 1983: la izquierda saboreaba por primera (y única) vez las mieles del poder y parecía estar a un paso de ganar el sillón de Pizarro. Luego desperdiciaron ese capital en “timbas políticas”. Para variar, volvieron a dividirse, a acuchillarse entre ellos, a jugar a ser “líderes de la revolución”.
En el 2,012 necesitamos una izquierda moderna, que una al país, especialmente a los sectores populares, de tal forma que se vuelva a reencontrar con el pueblo. Se necesita una izquierda plebeya con gran sentido popular y, sobre todo, que permita a los sectores populares representarse políticamente ellos mismos: a los trabajadores del emporio de Gamarra, a las comunidades andinas y selváticas, a los frentes y movimientos regionales, a los nuevos liderazgos juveniles. Todos con una visión más moderna, abierta y plural, sin dejar de ser popular.
Desde la aparición de la Confederación de Comunidades Campesinas Afectadas por la Minería, C0NACAMI (1999), la única oposición real a la política neoliberal del Consenso de Washington, inaugurada por el gobierno del ciudadano japonés Alberto Fujimori y asumida por el gobierno de Alejandro Toledo existente en el país corresponde a los movimientos indígenas como nuevos actores en el escenario político del país. La rebelión Amazónica de los Rostros pintados en Bagua (/2008-2009), la ocupación de Puno por diez mil aimaras en nombre de su Nación aimara, y el bloque que en Cajamarca defiende el agua y la vida, del mismo modo que en los Andes y Costa del Sur, van por el mismo rumbo. Esto no está en los discursos políticos.
Lo que acabo de citar muestra que en la política peruana una buena parte de la intelectualidad de la llamada izquierda como la que el grupo de “Ciudadanos para el cambio” expresa o representa tiene muy poco o nada que ver con la oposición política real que existe en país.
Las organizaciones indígenas étnicas y políticas tienen un camino distinto: al defender sus vidas, pueblos, naciones, patrias, lenguas, culturas e identidades, están defendiendo un horizonte de libertad, de buen vivir, de valores de reciprocidad y solidaridad, de gestión colectiva que es la reserva que queda para algo llamable izquierda en el país, en América Latina y en el mundo entero. ¿No es eso lo que se parece más al concepto socialismo en la utopía de Mariátegui y Arguedas?
La tarea es una. A mi juicio es generacional: cancelar y enterrar definitivamente a Izquierda Unida. Si pretendemos refundar la República, primero debemos refundar la izquierda. Los jóvenes deben perder el respeto por las generaciones anteriores, pero también ponerse a la altura de las circunstancias. Deben afirmarse en creer en que otro mundo, otra izquierda y otro socialismo son aún posibles, con los movimientos políticos indígenas, reales y autónomos.
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