Por: David Novoa
(fuente: http://mundojuridico1.blogspot.com/)
Sabemos que un símbolo no expresa un solo mensaje, sino que actúa como un espejo que refleja el nivel de conciencia de quien lo observa, así manifiesta tantos significados como personas se detengan a analizarlo. Embebido en estas consideraciones, manos al bolsillo, observando y doblando anónimamente las esquinas, me iba preguntando: ¿qué simboliza Trujillo para los cientos de miles de almas que vivimos en ella? ¿Qué, para quienes la miramos casi sin verla yendo por sus calles cada vez más atestadas y ruidosas? ¿Qué, para los que respiramos su aire poco a poco menos limpio, cada vez más gris y cancerígeno?
¿Qué es esta ciudad creciente, indetenible, que se expande como un emplasto de cemento sobre la tierra fértil con sus malls, sus carteles luminosos, con sus nuevas urbanizaciones, con sus inmensos paneles publicitarios que denotan una notable mejoría económica en un ambiente, sin embargo, de profundo malestar moral, de inarmónica convivencia, de distracción y frivolidad por donde se pose la mirada? ¿Qué es para quienes sufrimos los conflictos entre sus autoridades, estas vergonzosas rivalidades políticas que evidencian el desamor hacia las personas y la codicia por un poder cada vez más rentable, enajenante e ineficiente? ¿Qué es Trujillo para los trujillanos, las miles y miles de hormiguitas anodinas que recorren sus avenidas urgentemente retocadas para lucirlas ante los turistas y los visitantes ilustres, mas pocas veces remozadas para disfrutarlas nosotros mismos? ¿Es el Concurso de la Marinera? ¿La Capital de la Cultura? ¿El Corso Primaveral? Cuál es nuestro símbolo, pensaba, viendo los proliferantes locutorios y cabinas de internet y el amarillo río de taxis que atraviesan de horizonte a horizonte la ciudad. ¿Qué es Trujillo para la señora que puede ser tu madre o mi madre –¡que es nuestra madre!- y que vende pilas, lapiceros, desodorantes en la esquina temiendo que lleguen los municipales, le incauten su mercancía, la humillen públicamente ante la vista y paciencia de todos nosotros, los insensibles viandantes?
Ya decía en sus cartas el poeta cholo a sus amigos del Grupo Norte: “SI TODO EL ARTE DEL MUNDO NO ALIVIA EL DOLOR DE UÑA DE UN HOMBRE, SIMPLEMENTE NO SIRVE PARA NADA”. Qué mejor momento para invocar a Vallejo y aún mejor para poner en tela de juicio no al arte ni a sus sensibles manifestaciones sino a tanto supuesto avance mercantil, tanto irreal progreso, tanta parafernalia capitalista, libre mercadista, sistemáticamente egoísta, cuando todo este espectáculo es sólo una mano de pintura más sobre los escombros de la que nunca pudo erigirse como una ciudad sincera, estimulante para vivir, imperfecta, pero que inspire cierta alegría al alma, alguna seguridad al individuo y la tan anhelada identidad que fortalezca nuestro enfermo conciente colectivo.
Cuál sería el símbolo de una ciudad que durante siglos ha evitado mirarse a sí misma y que sólo ha ido, como el resto del país, enfrascándose en nuevos problemas sin haber resuelto los antiguos. Dentro de pocos años probablemente ha de ser desmantelada y los cientos de miles que ahora la poblamos debamos migrar hacia otros territorios porque escaseará el agua para subsistir. El mismo río Santa, principal afluente de Chavimochic y fuente antes inagotable del líquido esencial, ha menguado su caudal en los últimos meses. La napa freática, es decir las aguas del subsuelo abundantes en la actualidad no serán repuestas debido a esta inminente sequía y finalmente desaparecerán ante las necesidades de la agricultura y de la cada vez más numerosa población. Por otro lado, los casquetes polares derretidos por el efecto invernadero y las nieves eternas de los andes descienden diariamente hacia el mar que, como un animal encrespado, sube poco a poco de nivel y que, es probable, ha de inundar las costas peruanas entre cinco y cincuenta kilómetros tierra adentro. El río Moche, el único río de Trujillo, se diluye turbio y maloliente en la Bocana, como la cola de barro de una ciudad avergonzada.
Nadie lo cuidó. Nadie veló por nuestro aire, ni por nuestra tierra, ni por nuestra alma.
¿Cuál es nuestro símbolo, trujillanos?
¿El escapismo? ¿El maquillaje? ¿La nublada, gris y fría primavera?
Luego que leas estas palabras ¿qué harás tú, ignaro lector? De verdad verdadera, -¡tócate!, ¡siéntete!, ¡date cuenta!, ¡estás aquí!-, cuando salgas a la calle, ante la realidad de este inquietante panorama ¿qué harás? ¿Lo irás olvidando paulatinamente como has hecho siempre y volverás a tu rutina, a tus preocupaciones personales, a tus vacilones de fin de semana, y te reconfortarás pensando que en algún momento las autoridades solucionarán estos problemas?
¡Eso hemos hecho siempre!
Eso nos ha llevado hasta aquí.
Y ése es nuestro símbolo trujillanos, justamente... la indiferencia, la cobardía, la inconciencia.
(fuente: http://mundojuridico1.blogspot.com/)
Sabemos que un símbolo no expresa un solo mensaje, sino que actúa como un espejo que refleja el nivel de conciencia de quien lo observa, así manifiesta tantos significados como personas se detengan a analizarlo. Embebido en estas consideraciones, manos al bolsillo, observando y doblando anónimamente las esquinas, me iba preguntando: ¿qué simboliza Trujillo para los cientos de miles de almas que vivimos en ella? ¿Qué, para quienes la miramos casi sin verla yendo por sus calles cada vez más atestadas y ruidosas? ¿Qué, para los que respiramos su aire poco a poco menos limpio, cada vez más gris y cancerígeno?
¿Qué es esta ciudad creciente, indetenible, que se expande como un emplasto de cemento sobre la tierra fértil con sus malls, sus carteles luminosos, con sus nuevas urbanizaciones, con sus inmensos paneles publicitarios que denotan una notable mejoría económica en un ambiente, sin embargo, de profundo malestar moral, de inarmónica convivencia, de distracción y frivolidad por donde se pose la mirada? ¿Qué es para quienes sufrimos los conflictos entre sus autoridades, estas vergonzosas rivalidades políticas que evidencian el desamor hacia las personas y la codicia por un poder cada vez más rentable, enajenante e ineficiente? ¿Qué es Trujillo para los trujillanos, las miles y miles de hormiguitas anodinas que recorren sus avenidas urgentemente retocadas para lucirlas ante los turistas y los visitantes ilustres, mas pocas veces remozadas para disfrutarlas nosotros mismos? ¿Es el Concurso de la Marinera? ¿La Capital de la Cultura? ¿El Corso Primaveral? Cuál es nuestro símbolo, pensaba, viendo los proliferantes locutorios y cabinas de internet y el amarillo río de taxis que atraviesan de horizonte a horizonte la ciudad. ¿Qué es Trujillo para la señora que puede ser tu madre o mi madre –¡que es nuestra madre!- y que vende pilas, lapiceros, desodorantes en la esquina temiendo que lleguen los municipales, le incauten su mercancía, la humillen públicamente ante la vista y paciencia de todos nosotros, los insensibles viandantes?
Ya decía en sus cartas el poeta cholo a sus amigos del Grupo Norte: “SI TODO EL ARTE DEL MUNDO NO ALIVIA EL DOLOR DE UÑA DE UN HOMBRE, SIMPLEMENTE NO SIRVE PARA NADA”. Qué mejor momento para invocar a Vallejo y aún mejor para poner en tela de juicio no al arte ni a sus sensibles manifestaciones sino a tanto supuesto avance mercantil, tanto irreal progreso, tanta parafernalia capitalista, libre mercadista, sistemáticamente egoísta, cuando todo este espectáculo es sólo una mano de pintura más sobre los escombros de la que nunca pudo erigirse como una ciudad sincera, estimulante para vivir, imperfecta, pero que inspire cierta alegría al alma, alguna seguridad al individuo y la tan anhelada identidad que fortalezca nuestro enfermo conciente colectivo.
Cuál sería el símbolo de una ciudad que durante siglos ha evitado mirarse a sí misma y que sólo ha ido, como el resto del país, enfrascándose en nuevos problemas sin haber resuelto los antiguos. Dentro de pocos años probablemente ha de ser desmantelada y los cientos de miles que ahora la poblamos debamos migrar hacia otros territorios porque escaseará el agua para subsistir. El mismo río Santa, principal afluente de Chavimochic y fuente antes inagotable del líquido esencial, ha menguado su caudal en los últimos meses. La napa freática, es decir las aguas del subsuelo abundantes en la actualidad no serán repuestas debido a esta inminente sequía y finalmente desaparecerán ante las necesidades de la agricultura y de la cada vez más numerosa población. Por otro lado, los casquetes polares derretidos por el efecto invernadero y las nieves eternas de los andes descienden diariamente hacia el mar que, como un animal encrespado, sube poco a poco de nivel y que, es probable, ha de inundar las costas peruanas entre cinco y cincuenta kilómetros tierra adentro. El río Moche, el único río de Trujillo, se diluye turbio y maloliente en la Bocana, como la cola de barro de una ciudad avergonzada.
Nadie lo cuidó. Nadie veló por nuestro aire, ni por nuestra tierra, ni por nuestra alma.
¿Cuál es nuestro símbolo, trujillanos?
¿El escapismo? ¿El maquillaje? ¿La nublada, gris y fría primavera?
Luego que leas estas palabras ¿qué harás tú, ignaro lector? De verdad verdadera, -¡tócate!, ¡siéntete!, ¡date cuenta!, ¡estás aquí!-, cuando salgas a la calle, ante la realidad de este inquietante panorama ¿qué harás? ¿Lo irás olvidando paulatinamente como has hecho siempre y volverás a tu rutina, a tus preocupaciones personales, a tus vacilones de fin de semana, y te reconfortarás pensando que en algún momento las autoridades solucionarán estos problemas?
¡Eso hemos hecho siempre!
Eso nos ha llevado hasta aquí.
Y ése es nuestro símbolo trujillanos, justamente... la indiferencia, la cobardía, la inconciencia.
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