Uno de los mayores desafíos de nuestra sociedad es la incapacidad para concebir y sostener una noción mayoritaria de bien común. Si revisamos muchos de los acontecimientos que han dominado la agenda política y mediática reciente, lo comprobaremos de manera fehaciente. El debate acerca del indulto a Fujimori prioriza las aristas individuales del caso (compasión versus justicia hacia un reo especial), lo que sin embargo atañe a asuntos de interés público. Los crímenes por los que fue condenado Alberto Fujimori fueron de lesa humanidad.
Bajo sus órdenes, el Estado peruano asesinó a muchos ciudadanos. Que esto fuera de parte de una estrategia de amedrentamiento a Sendero Luminoso, no cambia un ápice la naturaleza del crimen. Entiendo el sufrimiento de los hijos del expresidente al ver a su padre en la cárcel, como entiendo los de cualquier familiar de un asesino condenado a prisión.
Pero también entiendo, con mayor razón, el dolor de las madres, hermanos o parejas de las víctimas. Ambas situaciones son deprimentes para los allegados, pero una es injusta y la otra no. Eso sin mencionar la corrupción que nos robó a todos. Sea cual fuere la decisión del presidente Humala, espero que tome en cuenta el bien común involucrado.
La sentencia del juez Malzon Urbina, cuya delirante redacción y “razonamiento” hacen parecer a Trespatines como Kant y a Cantinflas como Vargas Llosa, es otro ejemplo de sometimiento del bien común a los intereses de unos pocos. Fue muy penosa la defensa de Enrique Mendoza, el presidente del Poder Judicial, quien confundió, como a menudo sucede, la protección del gremio con la función del mismo.
A saber, la administración de justicia en pro de la calidad de vida de los habitantes de la ciudad. Llamarle independencia del juez a ese absurdo galimatías que ofende la memoria de Sancho Panza es, para mantenernos en el ámbito de los mercados, confundir el rábano con las hojas.
Pero además, esa aberración jurídica es deprimente para la ciudadanía, en la medida que refuerza la idea que, si bien hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás existe un Malzon.
Finalmente, un ejemplo de la vida cotidiana. Veo que se ha promulgado un reglamento para multar a quienes bloqueen las intersecciones en la vía pública. Esta es una situación diaria en el tráfico peruano. Por “ganar” tres metros, los conductores impiden el paso de quienes podrían hacerlo mientras el semáforo o la policía detiene a la cola de vehículos que esperan su turno.
Es flagrante la ausencia del esencial “hoy por ti, mañana por mí”. Esas actitudes, como las de quienes hacen trabajo ruidoso a deshoras o tocan el claxon a mansalva, tienen el mismo fondo de “lo hago porque me da la gana y nada me va a pasar” del asaltante que te arrebata tu propiedad, el turbio revocador o el Gobierno que libera a miles de narcotraficantes y ladrones.
Mientras no seamos capaces de ver, colectivamente, el nexo entre estas situaciones aparentemente alejadas, seguiremos condenados a la “combivencia” que corroe nuestra calidad de vida en común.
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