Por: León Trahtenberg
Hace unos 5 años, el uso de celulares en los colegios solía estar prohibido. La comunicación telefónica abierta de los alumnos con el mundo extra escolar era vista como perturbadora. Llamar a la mamá ante cualquier incidente para que ella se presente al colegio a ocuparse del tema era altamente perturbador. Los jóvenes se comunicaban con sus enamorados a toda hora saliéndose de la concentración escolar. Sin embargo, lo que antes era un teléfono celular, hoy en día es un dispositivo multimedia que incluyen agenda, cámara fotográfica, grabadora, acceso a internet, mapas, gps, presentaciones en power point, etc. todas ellas aplicaciones que pueden ser muy útiles como equipo de apoyo para el desarrollo de las clases. Preguntar hoy si se puede llevar un teléfono inteligente o iphone a clase merecería una respuesta renovada respecto a la de la tradicional prohibición.
Actualmente ya hay quienes permiten usar el celular pero no en clase. También hay otros que lo permiten usar en clase siempre y cuando se utilice para los fines que el profesor establezca. Cada opción tiene ventajas y desventajas pero lo cierto es que 1) hay una enorme angustia respecto al tema y dificultad de encontrar la fórmula óptima para nuestros tiempos (y sin duda los alumnos perciben nuestra angustia e inseguridad); 2) hay mucho temor a que los alumnos puedan distraerse y hacer otras cosas debido a que disponen del celular.
Sin embargo, sería bueno preguntarnos si eso no ocurre actualmente con o sin celular; si acaso los alumnos no se distraen o pierden la atención cuando el profesor no logra captar su interés en clase. Y a la inversa, si acaso cuando el profesor logra mantenerlos interesados en el tema de clase, ¿el celular los saca de esa motivación? Por otro lado, ¿no pasa lo mismo con los adultos en sus reuniones de trabajo, a las cuales acuden con sus celulares y los usan en función al interés que tienen en lo que va ocurriendo en la sesión?
Ocurre que para los alumnos buena parte de la educación escolar de hoy es aburridísima, tediosa, desfasada para su tiempo y cuando se habla de reformar la educación los decisores asumen que lo que hay que reformar es el currículo o la aplicación de pruebas estandarizadas. Sin embargo, la reforma debería entenderse como una búsqueda de caminos nuevos para "enchufar" a los profesores con los alumnos, que compartan códigos e idiomas comunes y que trabajen juntos para abordar los asuntos personales, sociales y culturales de los alumnos con una visión de realidad más que de utopías conceptuales que no los preparan para lidiar con los desafíos presentes y concretos de la modernidad.
Si hay reglas como "no se come en clase", "no se interrumpe o conversa con el vecino cuando otro habla", "no se enciende radio en clase", etc. se puede agregar "no se usa el iphone cuando…" ¿Cuál es la diferencia en cuanto a la capacidad de los profesores de establecer reglas de juego y velar porque estas se cumplan?
Por lo demás dentro de 3 a 5 años nadie va a entender de qué se está discutiendo al discutir sobre el uso de teléfonos inteligentes o tabletas digitales en clase. Es más, cada vez habrá más apoyo a alumnos con deficiencias comunicacionales o discapacidades en audición o visión. Algunos se adelantan hoy y van dando lugar al uso de todas estas tecnologías y otros las tomarán después, pero el alumno interconectado 24/7 ya es una realidad. No se trata de plantear que usar laptops o tabletas en clase sean la panacea. Hay investigaciones que muestran que eso produce disminución de algunas habilidades de los alumnos. Pero ese es otro tema. De lo que se trata es poner en la balanza los pros y contras del uso actual de los teléfonos inteligentes y tabletas electrónicas digitales y configurar su eventual uso de tal manera que sea lo más provechoso para la educación de los alumnos de estos tiempos.
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