Por Eduardo González Viaña
“Happy Holidays” (felices fiestas a secas, y no feliz Navidad) decía la primera tarjeta que recibí en diciembre, y creí que me la enviaba Walmart, Sears o tal vez Toys R Us. Por fin, pensé, esas tiendas se han quitado los disfraces pascuales y no disimulan que su verdadero dios es el dólar, y su único profeta, un viejito rojo y gordiflón.
Me equivocaba. Me la enviaba Rigoberto Masa, catedrático en una universidad cercana. RM va a la misa en español con su familia todos los domingos y pasa la bolsita de la colecta, pero esconde la mención cristiana de la navidad porque en los ambientes académicos está prohibida, y teme que sus amigos gringos (quienes lo llaman Rigg) lo consideren un latino conservador, ignorante, retrógrado, machista y primitivo.
Los norteamericanos “políticamente correctos” impusieron esa prohibición hace unos años, y ahora todo el mundo la acata. Ordenan ellos que se diga solamente “felices fiestas” porque, según afirman, la alusión al nacimiento de Cristo resulta insultante para quienes no comparten la religión predicada por el Rabí de Galilea. Aunque la proscripción pascual es obedecida por la mayoría en los medios universitarios, yo sencillamente no la acepto, y quiero desear a mis lectores una feliz Navidad y un maravilloso Hannukah, las dos celebraciones cristiana y judía que coinciden este 25 de diciembre.
Debo agradecer, además, a “Rigg” y a sus rígidos censores la oportunidad de ratificar en público mi filiación cristiana. Ella le da forma y sentido a mi vida, y le pone su sello a todo lo que hago, pienso, escribo y sueño. El signo de la cruz, incluso, me orientó desde temprano hacia el socialismo, una forma ética de vivir y una idea que los malvados declararon anticristiana y que, sin embargo, es la mejor manera de lograr que se haga verdad en la tierra la justicia prometida por el Hijo del carpintero. Ser cristiano, por fin, me hace miembro de una comunidad eterna e indeciblemente feliz.
¿Soy un cristiano a rajatabla? Sí y no. Dudo de la organización eclesiástica y desconfío de algunas autoridades de la iglesia. En la historia universal, me repugnan las Cruzadas, las conversiones forzadas, la diabólica Santa Inquisición y el apoyo a los ricos y a los poderosos dispensado por la iglesia y, sin embargo, no renuncio a mi cristianismo, esa fuerza carismática que a cada momento se despierta, condena y reforma las instituciones humanas.
A pesar de todo lo anterior, puede decirse que el mundo fundado en los principios judeocristianos es una civilización de la libertad. El Dios que habla a través de Moisés y de Jesús nos hace distinguir lo bueno de lo malo, pero nos da la libertad de elegir. Suena paradójico que una cultura de amor y libertad haya creado un mundo sin justicia y sin libertad, pero crearlo es la tarea que nos está encomendada. Esta sensación de mundo incompleto y de hombre no terminado es lo que más me convence de mi religión. Tenemos que fundar un mundo de justicia y aquél será un mundo más vivible, y nosotros, habremos terminado de crearnos. La libertad, como dijo Manuel Azaña, no hace felices a los hombres, pero los hace más hombres. He oído decir que Dios trabajó seis días, y al séptimo descansó. Eso significa que nosotros debemos ocuparnos de lo que nos ha dejado inconcluso.
Hannukkah celebra a un grupo de rebeldes judíos, capitaneados por Judas Macabeo, que hace 23 siglos se levantó contra la dominación siria, rescató su antiguo templo y reconquistó su libertad religiosa. En la Roma de los césares, los perseguidos cristianos festejaban la presencia eterna de Hijo del Hombre, trazando el signo del pescado sobre la arena y bendiciéndose recíprocamente antes de ser entregados a las fieras. Ser valiente es una condición para ser cristiano, querido Rigg. No te dejes censurar.¡Anda, anímate y dinos algo más que “felices fiestas!”
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