El infante creía que era dueño de la madre y del mundo. Pero aparece un tercero: el padre y, con él, la cruda realidad: no es el rey del mundo.
Inicialmente, el padre es el protector y poderoso; después, el vínculo será entre seres autónomos. Finalmente, el hijo proteger al padre necesitado o anciano.
¿Y si el padre fue insensato, abandonador, mujeriego, violento o indiferente? ¿O “vago, flojo o adicto” (deprimido)? ¿Y si los rencores están vivos o ya se han convertidos en indiferencia? ¿Habrá que perdonar?
No, no hay nada que perdonar sino comprender y madurar, dando ‘de baja’ a los reclamos. El padre dio lo que le dieron. Más, no le fue posible. No quiso dañar conscientemente.
Poco recibió y poco dio. Pero el hijo será siempre el deudor de quien le regaló la VIDA. Frente a esta, la falla más grande es pequeña.
Y con tal padre, ¿la madre fue la buena de la película como en ¡Asu Mare!? A nivel manifiesto, pareciera que sí. A nivel inconsciente, sabemos que se elige pareja para revivir traumas de la infancia. No existe casualidad ni mala suerte. No hay víctima ni culpable en una pareja.
Los dos tienen de ambos.
Así que ¡a procesar rencores e indiferencias que viene el día del varón gracias al cual estás vivo! Lo aceptes o no. Caso contrario, serás un niño o una niña reclamante por siempre.
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