lunes, 23 de febrero de 2015

Padre de la arqueología peruana

Por Domingo Tamariz Lúcar
He escrito incontables semblanzas de peruanos y peruanas deslumbrantes, que desde los tiempos del Inca Garcilaso de la Vega bregaron y bregan por un país más respirable, pero nunca tuve la oportunidad de delinear un retrato de Julio C. Tello, el arqueólogo que descubrió dos culturas del Antiguo Perú –Chavín y Paracas– que hasta hoy asombran al mundo.
Julio C. Tello nació el 11 de abril de 1880 en la provincia limeña de Huarochirí, voz quechua que en castellano quiere decir ‘mucho frío’. Sus padres fueron Julián Tello y María Asunción Rojas, ambos campesinos. Hizo sus primeros estudios en su pueblo natal, y a los 13 años de edad vino a Lima para estudiar primero en el colegio del profesor Pedro A. Labarthe y luego en el Guadalupe.
A los 18 años, ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para estudiar Ciencias, y luego pasó a la facultad de Medicina, donde se graduó de bachiller con una tesis titulada La antigüedad de la sífilis en el Perú. Su exposición fue tan brillante que el presidente Leguía, a solicitud del rector de San Marcos, le otorgó una beca para que estudiara en la Universidad de Harvard, donde tuvo como maestros a notables americanistas como Alex Hrdlicka y Frank Boaz. En la Universidad de Harvard, tres años después, se doctoró en Ciencias Antropológicas.
Ese mismo año, gracias a sus estudios, obtuvo una nueva beca que le permitió participar, en Londres, en un Congreso Internacional de Americanistas y, luego, seguir estudios de su especialidad en el Seminario de Antropología de la Universidad de Berlín.
Retornó al país con Hrdlicka, a quien acompañó en sus exploraciones en la costa central. En esa coyuntura, fue nombrado director de la sección arqueológica del Museo de Historia Natural. Se inició así en la organización y dirección de museos, quehacer que lo envolvería gran parte de su vida. Con el devenir de los años, Tello creó el Museo Nacional de Magdalena Vieja, hoy conocido como Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del Perú.
En 1917, fue elegido diputado por la provincia de Huarochirí. Desempeñó esta función ininterrumpidamente durante doce años, sin dejar sus estudios e investigaciones. Al año siguiente, en la Facultad de Ciencias Naturales, optó el grado de bachiller con la tesis El uso de las cabezas humanas artificialmente momificadas y su representación en el antiguo Perú. Y el 6 de agosto de 1919, optó por el grado de doctor.
Pero fue en la exploración arqueológica donde su nombre alcanzó las máximas alturas. Los expertos lo consideran el padre de la arqueología peruana, porque fue el primero que estudió, con rigurosidad y métodos adecuados, la formación y la naturaleza de las culturas del antiguo Perú, convenciendo de que era la única manera de comprender el país de entonces.
En 1919, emprendió su expedición a Chavín (1500 a.C.), cultura que constituye la piedra angular de su teoría. Sus investigaciones afirmaron que la ruta cultural del hombre peruano se inició miles de años antes que Chavín, y aunque tal afirmación no resultó exacta sí sirvió para demostrar plenamente el origen autóctono de la cultura peruana.
En 1962, tuve la suerte de acompañar como periodista, en un viaje a Paracas, a los más renombrados historiadores de esa hora: Gustavo Valcárcel, Federico Kauffman, Emilio Hart Terré (arquitecto e investigador) y Toribio Mejía Xesspe, el legendario discípulo de Tello, entre otros. El motivo del viaje fue la inauguración del Museo de Sitio de Paracas. Fue así como conocí a Mejía Xesspe, a quien correspondió parte del mérito del descubrimiento de la cultura Paracas. Allí, contemplando sus maravillosos mantos, mi vocación por la historia se hizo más intensa.
No obstante su aplastante fama, Julio C. Tello era un hombre sencillo y orgulloso de su raza. Jorge Basadre, otro peruano notable, escribió: “Tello es uno de los grandes peruanos del siglo XX”; y Luis Alberto Sánchez, tan parco por lo común para el elogio, dijo: “Nadie puede imaginarse lo que encerraba aquella alma ardiente, aquel espíritu poderoso”.
La herencia que nos legó es enorme: descubrimientos, museos, libros, muchos libros, entre ellos Introducción a la historia antigua del Perú y Origen y desarrollo de las civilizaciones prehistóricas andinas. Dejó, además, dos obras póstumas bajo el cuidado de Mejía Xesspe.
El maestro murió tempranamente, cuando apenas había cumplido los 67 años de edad. Sus restos descansan en los jardines del museo que él creó y dirigió durante más de diez años.

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